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Cara a cara con este periódico en su era renovada, confieso que estaba embargado por cierta extrañeza. Como todos los hombres, soy también animal de costumbres (animal en el buen sentido, aunque a veces también en el malo). El domingo me costaba identificar al nuevo EL PAÍS con un periódico (han suprimido las entradillas, las fotografías son desbordantes, han introducido muchos más colores -humor gráfico incluido-, algunas secciones se titulan en minúscula, se ha pasado de tres editoriales a dos y con subtitulares, da la sensación de que se han perdido líneas de texto o de que antes eran más...) o, peor, con EL PAÍS previo a que estaba hecho y acostumbrado. La primera impresión que tuve -y no sé si, como dicen, es la más importante- fue de decepción. Creo que empezó al ver que en la mancheta el acento lo habían puesto en color, y no lo habían integrado en negro con las letras capitales. Lo encontré incongruente con la sobriedad que en otros aspectos busca este diario. Además, era escandalosa la falta de coherencia entre la llamada que se hacía desde el suplemento EL PAÍS SEMANAL a la conservación medioambiental del planeta, y todo el celofán y el plástico desperdiciado para envolver la revista y el reloj que se regalaba.
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Supongo que me acostumbraré a los nuevos tiempos, porque sigo leyendo EL PAÍS y sigo apreciando de este diario, por encima de todo, a los firmantes de artículos de información y opinión, como a los humoristas gráficos (por cierto, ¿por qué han desaparecido Máximo y su viñeta?), aquellos que le dan contenido y solvencia periodística, fuera de cuál sea su maquetación o formato. Algún día no me estorbará esa tilde colorida (por cierto, LA RAZÓN tiene sus letras en blanco sobre fondo azul y su tilde en rojo, y tampoco me termina de gustar). Pasado un tiempo, no añoraré los tres editoriales que cada día eran la mirada de sus periodistas sobre temas que escapaban a mi comprensión. Quizá, en el futuro ese lema de "El periódico global en español" no sea la formulación de una intención que cumplir (como me temo), sino la descripción de una realidad. Ojalá todo ello se deba a que tenga un día la fortuna de trabajar para EL PAÍS, sueño de muchos profesionales de la comunicación. En ese caso, a lo mejor soy más crítico todavía, pero quizá más comprensivo. El hecho es que, de momento, como ciudadano y como estudiante de Periodismo me he visto defraudado, una vez más, al hacerse patente de nuevo que los motivos económicos han sido y seguirán siendo más poderosos que la razón que importa realmente: el servicio público de la prensa. Porque las grandes editoras tendrían que atesorar la fidelidad de sus lectores con productos culturales honestos, y no vendérnoslos cada vez más rebajados en su altura de miras, sacrificada en aras de una marea de inventiva estética. Como escribió José Luis Sampedro, "Vivimos en un tiempo en el que se busca deslumbrar, cuando lo importante es que nos iluminen".
Invenire
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