Presento hoy una nueva sección sobre las lecturas que alumbraron los años decisivos en los que empezaba a descubrir la literatura. En cabeza se sitúa Los papeles póstumos del Club Pickwick, de Charles Dickens, que leí en una edición de bolsillo de la editorial Planeta, en dos volúmenes con portada blanca y traducido por José María Valverde. Me lo recomendó una buena amiga, la jefa de la biblioteca de Alcantarilla. Por entonces yo participaba por primera vez en el concurso de relato de humor Jara Carrillo, y esta querida bibliotecaria, como muestra de maestros del género, me dio a leer a Dickens y a G. K. Chesterton.
Fue en la época en la que podía pasar días y días solamente inmerso en un libro. Devoré sus más de mil páginas con el asombro de un descubrimiento fabuloso. Los personajes de este magnífico libro (Míster Pickwick, su lacayo --aunque no me gusta considerarlo sólo como tal-- Sam Weller, el padre de éste, Tupman, Snodgrass, Wardle, Winkle, Ben Allen, Bob Sawyer... y decenas de nombres más) cobraban vida felizmente ante mis ávidos ojos de lector primerizo. Las aventuras y desventuras de este gentleman inglés de comienzos del siglo XXI, las carcajadas que me arrancó con sus tribulaciones y la mezcla de satisfacción y tristeza que me produjo terminar la historia, fueron las vivencias de ficción que marcaron mi carácter y forjaron con su impronta mi personalidad. En aquellas páginas comenzaba a tener una cierta mirada de la vida. Aquel libro, divertido, caricaturesco, desmesurado, tierno, melancólico... que en su aparición fue revolucionario y centró la atención de la entera sociedad victoriana, constituyó un impulso para mi naciente lucidez.
El prodigio de Dickens consistió en hacer que los niños, adultos y ancianos de las dos últimas centurias soñáramos como chiquillos con este extenso relato, haciendo más agradable nuestro paso del tiempo. Pero también alimentaba con bonhomía y sentido del humor nuestra inteligencia, y nos enseñaba que la vida tiene facetas amargas y duras, pero que forman parte en igual medida de nuestra estancia terrena. Si Míster Pickwick afrontaba con valor e ingenuidad todos los contratiempos y salía --más o menos-- airoso de ellos, sus lectores aspiramos a imitarlo y a conducirnos con un espíritu como el suyo: ilustrado, abierto, bondadoso, optimista y valiente.
Invenire
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