-703290.jpg)
-
Ayer a mediodía terminé el tercer volumen de Tu rostro mañana, de Javier Marías (1600 páginas en total los tres tomos). Marías ha tardado ocho años en escribir esta novela, y, por eso, este título fue, desde que se publicó por primera vez, una compañía tan ficticia como real en la estantería como en la memoria de los lectores. Digamos que, al tener que leerla por partes, esperando a que fueran saliendo cada varios años, como lector me acostumbré a convivir con su fantasmal presencia y latido. Ahora que ya conozco el desenlace, que todas las piezas encajan y que he podido contemplar toda la escena (todo el cuadro, todo el paisaje), en mi cabeza se ha instalado la narración en primera persona de Jacobo o Jaime o Jacques Deza como un eco permanente. Su mundo se me ha inoculado dentro, a través de los ojos. La mirada (mi mirada) no es la misma que cuando lo abrí y empecé a leer las primeras líneas de tan extenso relato. Y yo, finalmente, he salido cambiado de este libro que va a ser también un antes y un después. ¿Cómo de cambiado? No lo sé. Es un sentimiento que tengo, respaldado por una certeza: ciertos viajes, ciertos caminos (da igual por dónde sean: por tierra, mar, aire, verbo o carne), nos transforman a lo largo de su trayecto, porque nos hacen saber cosas que desconocíamos previamente. Este libro, Tu rostro mañana, ha resultado tan importante para mí como todo eso. Sólo quería decíroslo.
Invenire
No hay comentarios:
Publicar un comentario