¡Cuánto tiempo sin ir al cine, ni comentar películas! Santicos y un servidor fuimos hace unos días a ver El buen pastor, dirigida por Robert DeNiro. Éste no es sólo uno de los actores que más se recordará del siglo XX. También ha demostrado ser un alumno aventajado de aquellos maestros del séptimo arte que lo tuvieron bajo su tutela (Michael Cimino, Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, y tantos otros). Una historia del Bronx, firmada asimismo por DeNiro, fue una digna y bien hecha película de los años 90. Con El buen pastor, DeNiro regresa a esa excelencia aprendida que demostró hace una década. La historia que protagoniza Matt Damon, y que nos cuenta los entresijos del germen, nacimiento y evolución de la CIA, es una sólida producción que hubiese complacido profundamente a Ian Fleming, Graham Greene o a John Huston.
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Todo comienza con el intento fallido de invadir Cuba para acabar con el incipiente régimen de Fidel Castro, en 1962. El personaje que encarna Damon se nos presenta como un hombre anodino, que viste traje, sobretodo gris y un sombrero que le vela la cara enmascarada tras sus gafas cambiantes, según el marco temporal de la historia en que nos encontremos. Pues la narración va alternando pasado y presente, desde el inicio de la Segunda Guerra Mundial en 1939 a los momentos centrales de la Guerra Fría, en los 60. Las escenas poseen un tinte agrisado. Están pobladas de sombras. Muchos personajes se mueven en un laberinto de penumbra. Y los juegos de luz y oscuridad no se limitan a lo que se cuenta y a cómo se cuenta en imágenes, sino que también se extiende a la personalidad del protagonista y de quienes lo rodean, como a los continuos juegos de identidades que se van desplegando. Por la naturaleza de las sociedades secretas que van apareciendo en la película, ese camuflaje en las sombras de los diferentes agentes que van interviniendo se nos muestra en todas sus crudas consecuencias. Una de las más importantes, que la vida secreta del espía colisiona con la realidad cotidiana de sus familiares, o de cualquier otra persona que les sea cercana.
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En resumen, una película que nos devuelve las ganas de ir al cine, en unos tiempos en que la mayor parte de lo que hay en cartel nos produce indiferencia o rechazo. Algunos momentos en particular de El buen pastor son de agradecer por el aficionado al cine. Personalmente, me quedo con dos: el tráveling aéreo que nos introduce en una Berlín en ruinas acabada la guerra contra Hitler, y el tramo final de la película, cuando Matt Damon toma un camino contrario al que escogio su padre, pese a que los dos, cuando está terminando la historia, se descubre que son parecidos en la forma de vida que llevaban.
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Todo comienza con el intento fallido de invadir Cuba para acabar con el incipiente régimen de Fidel Castro, en 1962. El personaje que encarna Damon se nos presenta como un hombre anodino, que viste traje, sobretodo gris y un sombrero que le vela la cara enmascarada tras sus gafas cambiantes, según el marco temporal de la historia en que nos encontremos. Pues la narración va alternando pasado y presente, desde el inicio de la Segunda Guerra Mundial en 1939 a los momentos centrales de la Guerra Fría, en los 60. Las escenas poseen un tinte agrisado. Están pobladas de sombras. Muchos personajes se mueven en un laberinto de penumbra. Y los juegos de luz y oscuridad no se limitan a lo que se cuenta y a cómo se cuenta en imágenes, sino que también se extiende a la personalidad del protagonista y de quienes lo rodean, como a los continuos juegos de identidades que se van desplegando. Por la naturaleza de las sociedades secretas que van apareciendo en la película, ese camuflaje en las sombras de los diferentes agentes que van interviniendo se nos muestra en todas sus crudas consecuencias. Una de las más importantes, que la vida secreta del espía colisiona con la realidad cotidiana de sus familiares, o de cualquier otra persona que les sea cercana.
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En resumen, una película que nos devuelve las ganas de ir al cine, en unos tiempos en que la mayor parte de lo que hay en cartel nos produce indiferencia o rechazo. Algunos momentos en particular de El buen pastor son de agradecer por el aficionado al cine. Personalmente, me quedo con dos: el tráveling aéreo que nos introduce en una Berlín en ruinas acabada la guerra contra Hitler, y el tramo final de la película, cuando Matt Damon toma un camino contrario al que escogio su padre, pese a que los dos, cuando está terminando la historia, se descubre que son parecidos en la forma de vida que llevaban.
Invenire
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