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Este autor se ha convertido por méritos propios en la conciencia lúcida y ética de nuestro tiempo. Lo considero un gigante moral y literario, un maestro de la vida cuyos libros leo en cuanto su mujer, Pilar del Río, los traduce al español para Alfaguara. En sus pequeñas memorias he encontrado al Saramago que también recordaba momentos decisivos del inicio de su vida en sus diarios (Cuadernos de Lanzarote I y II), en alguna otra novela y en su discurso de aceptación del Premio Nobel.
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El libro es breve y bellísimo. Ejemplos de esa belleza, oscura y luminosa a la vez, son recuerdos de, por ejemplo, su abuelo Jerónimo, que días antes de morir, presintiendo que su final estaba cerca, se despidió de los árboles de su huerto abrazándose a ellos uno por uno; o de sus abuelos llevándose a la cama a los lechones más débiles para que no muriesen en las frías noches de invierno; o cuando fue de niño con su madre a una feria, contando apenas seis años, y le compraron su primer globo: se sintió como si llevara el mundo entero sujeto con un cordel, pero al cabo de unos minutos escuchó unas risas: dos hombres se burlaban de él, porque arrastraba el globo pinchado, y no se había dado cuenta, así que pensó que después de todo aquello que arrastraba por el suelo, sin forma y ensuciado, sí que era realmente el mundo.
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Un libro, pues, que animo a todo el mundo a que lo lea. Saramago sigue invitándonos a mirar lo que está a nuestro alrededor con detenimiento y apreciación. El mundo de cada uno de nosotros, como escribió en un libro, son los ojos que tenemos. Y nuestros ojos han de ver por aquellos que no lo hacen: promover la lucidez frente a la ceguera, que es ignorancia, fanatismo, arrogancia, estupidez... Leer a Saramago es ser más libres.
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Finalmente, comunicaros que ya he empezado las pruebas de aquel blog personal del que os hablé hace meses que quería crear. Echadle un rápido vistazo, aunque no tiene apenas nada. Le hace falta todavía mucho trabajo por mi parte. Tan sólo decir que la literatura va a ser su razón de existir, y que el título se lo debo a una expresión que le escuché a mi profesor de Lengua española.
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Invenire
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