Las series de televisión no acaban con su último episodio, sino que las matan a base de reposiciones. Una de las cadenas especialistas en eso es Antena 3. No deja que las series que mejor recuerdo nos han dejado las guardemos en la memoria con la bonita sensación del placer que nos proporcionó verlas. Todo lo contrario: de tanto exprimirlas hasta la náusea, series como Farmacia de guardia, Los Simpson o Aquí no hay quien viva han ido perdiendo su capacidad de devolvernos los buenos momentos que pasamos disfrutándolas, para convertirse en un producto que ya nos causa indiferencia de tan conocido que lo tenemos.Pero en esta entrada quería romper una lanza y hacerles un homenaje personal a dos personajes de esta última serie ambientada en una famosa comunidad de vecinos, la segunda más hilarante de España tras 13 Rue del Percebe, de Francisco Ibáñez. Me refiero a los dos inquilinos del 2º B, Fernando y Mauri, interpretados respectivamente por Adriá Collado y Luis Merlo. Cuando comenzó a emitirse la serie, esta pareja pionera en televisión abrió una pequeña brecha que hasta entonces parecía difícil de emprender camino. Poco después, se generalizó como un método de captar sectores nuevos y relevantes de audiencia que en la mayoría de las teleseries de ficción hubiese un personaje o dos que respondiesen a características semejantes a las de Mauri y Fernando. Sin embargo, como dice el refranero popular, yo prefiero quedarme con el original. En este caso, con la parejita gay de Aquí no hay quien viva. Por la rapidez con que salieron copias de ellos dos en las series de otras cadenas, esa prisa sólo contribuyó a que se hicieran personajes-chapuza.
Aunque por encima de esas consideraciones, lo que de verdad importa, lo que quiero poner de relieve aquí, fue el impacto que la normalidad con la que Mauri y Fernando mostraban una relación sentimental en pantalla (una relación con luces y sombras, como todas, y donde las dificultades familiares y del qué-dirán también estaban presentes, pero no de forma absoluta) sirvió para que muchos avanzásemos dentro de nosotros mismos hacia esa normalidad. A quienes ver a Mauri y Fernando hacer vida en común, hace ya cuatro años, nos llegó en un momento personal decisivo, recordarlos ahora, no mucho después, y a la luz de los cambios que nuestras vidas han tenido, es un ejercicio importante de agradecimiento y consideración. Porque recuerdo el ver la serie, esperando sobre todo las escenas protagonizadas por ambos, cuando todavía lo hacía desde el silencio; es decir, desde el propio encierro de la incuestionable realidad en mi mudez temerosa. Y soñar entonces (mientras aún no me atrevía a pensar en enfrentarme a esa parte mía dada de lado en aquellos tiempos) que alguna vez también yo podría ser el protagonista de mi vida; tener una historia así de preciosa, como la que me llegaba desde la pantalla del televisor. Preciosa por el mero hecho de existir así ante mis ojos una relación libre y de amor correspondido. Cuatro años más tarde, esa experiencia pionera que fue para mí el deleite de contemplar a Fernando y Mauri se ha colmado con un recorrido en mi propia historia que me permite mirarlos ahora con otros ojos: los de quien dejó de desear algo que le parecía inalcanzable, una vez que he conseguido ser dueño de mis rumbos y de un destino maravilloso; y los ojos de un espectador que recuerda todo esto de forma entrañable y piensa que es de justicia dedicar, aunque sea unas líneas, al televidente que fue y al hombre consecuente de sí mismo en que se ha convertido.
Aunque por encima de esas consideraciones, lo que de verdad importa, lo que quiero poner de relieve aquí, fue el impacto que la normalidad con la que Mauri y Fernando mostraban una relación sentimental en pantalla (una relación con luces y sombras, como todas, y donde las dificultades familiares y del qué-dirán también estaban presentes, pero no de forma absoluta) sirvió para que muchos avanzásemos dentro de nosotros mismos hacia esa normalidad. A quienes ver a Mauri y Fernando hacer vida en común, hace ya cuatro años, nos llegó en un momento personal decisivo, recordarlos ahora, no mucho después, y a la luz de los cambios que nuestras vidas han tenido, es un ejercicio importante de agradecimiento y consideración. Porque recuerdo el ver la serie, esperando sobre todo las escenas protagonizadas por ambos, cuando todavía lo hacía desde el silencio; es decir, desde el propio encierro de la incuestionable realidad en mi mudez temerosa. Y soñar entonces (mientras aún no me atrevía a pensar en enfrentarme a esa parte mía dada de lado en aquellos tiempos) que alguna vez también yo podría ser el protagonista de mi vida; tener una historia así de preciosa, como la que me llegaba desde la pantalla del televisor. Preciosa por el mero hecho de existir así ante mis ojos una relación libre y de amor correspondido. Cuatro años más tarde, esa experiencia pionera que fue para mí el deleite de contemplar a Fernando y Mauri se ha colmado con un recorrido en mi propia historia que me permite mirarlos ahora con otros ojos: los de quien dejó de desear algo que le parecía inalcanzable, una vez que he conseguido ser dueño de mis rumbos y de un destino maravilloso; y los ojos de un espectador que recuerda todo esto de forma entrañable y piensa que es de justicia dedicar, aunque sea unas líneas, al televidente que fue y al hombre consecuente de sí mismo en que se ha convertido.
Invenire
2 comentarios:
Inbenire, ¡¡¡precioso!!!. esperro ke beas tamviem quir as fork, 1zerie ke reflega nuestras bidas kotidianas.
Hola Invenire, estoy totalmente de acuerdo con tu valoración de esa adorable pareja que fueron Fernando y Mauri. Y Santicos pienso que aunque Queer as Folk es un síntoma mas de normalización para nada es un reflejo de nosotros, quizás de un porcentaje de gays aunque eso si, sin determinar, por mucho que tu y Cardiux queráis ponerle un numero elevado. Yo me siento mucho mas cercano a las neuras de Mauri que a cualquiera de los personajes de Pittsburg
Dardo.
Publicar un comentario