jueves, 22 de noviembre de 2007

"A LOS MUERTOS"

Después de leer El diablo enamorado, de Jacques Cazotte, de una sentada, he encadenado la lectura de dos "obras mayores", de lectura absorbente pero muy solitaria. Creo que explicar el sentido en el que digo esto me va a llevar todo el siguiente artículo. Una de las cosas que he notado al salir a la superficie de las páginas de ambas opus magnum es una necesidad por comunicar a otros la desprotegida experiencia de leer estos dos libros. Este otoño han aparecido en España, procedentes de la antigua URSS y de Francia respectivamente, dos trabajos descomunales centrados en el terror de los totalitarismos nazi y stalinista. En Vida y destino, de Vassili Grossman, y en Las benévolas, de Jonathan Littell, hay una clamorosa búsqueda que queda soterrada bajo la narración serena de unos hechos --el exterminio nazi de millones de judíos, el gulag soviético, la industrialización de la muerte, etc.-- de un espanto y una crueldad enmudecedores; esto es, la búsqueda de una respuesta a cómo y por qué fue posible el totalitarismo de Estado, y cómo y por qué fueron posibles las atrocidades que la Alemania nazi, la Unión Soviética de Stalin, y muchísimos otros pueblos y naciones colaboracionistas, cometieron en el siglo XX.
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Sobre Las benévolas, Mario Vargas Llosa escribió en El País: "Uno cree saberlo todo ya sobre el vertiginoso salvajismo con que los nazis se encarnizaron en su afán por liquidar judíos. Jonathan Littell nos revela que no, que todavía fue peor, que los crímenes, la inhumanidad de los verdugos, alcanzaron cimas más altas de monstruosidad de lo que creíamos. Son páginas que quitan el habla". Se trata de una novela, pero su material es documental en cerca del cien por cien de cada página. El título hace referencia a unas diosas que pertenecieron a la mitología griega, las Erínias o Euménides, deidades protectoras en la tragedia de Orestes, que puede encontrarse en Esquilo. El libro está dedicado "A los muertos", y su narrador en primera persona no es otro que Max Aue, un nazi homosexual que nos guía --con un discurso frío, sereno, impertérrito y cínico, de un perfecto convencido de lo que hace y de sus causas-- por el laberinto de la hecatombe humana que significó la Segunda Guerra Mundial en el frente del Este. De su mano, el lector asiste a un itinerario por la verdad histórica más negra y más horrenda; de la ejecución sistemática de todo un pueblo calificado de inferior, de enemigo y de diabólico, así como de todo otro ser humano que no encajase en el III Reich de Adolf Hitler.
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El libro de Vassili Grossman, Vida y destino --precedente del de Littell e imprescindible para la escritura de Las benévolas--, tuvo un ídem excepcional al poder ser rescatado de su previsible pérdida dentro del Estato totalitario de la URSS. Grossman, uno de los grandes escritores rusos del siglo XX y de todos los tiempos, que asistió a la batalla de Stalingrado como testigo de excepción, y que fue conducido por el Gobierno de su país a un campo de concentración o gulag, dejó como testimonio eterno de la sinrazón y la barbarie una obra hermosísima y de un aliento poético que la convierte, además, en Arte con mayúscula. Es una novela también muy extensa, de más de mil páginas, que por primera vez se publica en España traducida directamente del ruso. Está poblada por cientos de criaturas, de personajes. Antonio Muñoz Molina escribió para Letras Libres: "Era imposible que se publicara en la Unión Soviética, y a pesar de eso Grossman tuvo la valentía insensata de escribirla. El funerario ideólogo Suslov leyó el manuscrito y dictaminó que debería esperar para publicarse al menos doscientos años. Y era imposible, si uno se para a pensarlo, que un escritor tuviera no ya el talento y la constancia para escribir una novela así, sino que lo hiciera venciendo la sospecha, la convicción sombría, de estar trabajando en vano".
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Ciertas lecturas sobre pasajes terribles del pasado dejan al lector con un indescriptible desconsuelo. Comunicar y compartir dichas lecturas lo salvan un poco del frío que queda en el corazón al aventurarse en unas páginas con las que se siente compromentido. Porque, aunque el lector sepa que va a zambullirse de lleno en el horror, está convencido por igual de que hay horrores que necesitan intentar ser comprendidos. Y, todavía más, está convencido del peligro de que tales horrores sean olvidados.
Invenire

1 comentario:

Anónimo dijo...

Invenire!!! Me lo he leido entero.

Dardo.