martes, 18 de noviembre de 2008

El largo camino a la biblioteca

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Fue hace más de doce años. Era una tarde gris, con un cielo plomizo, y recuerdo que la avenida Juan Carlos I de Murcia me pareció inabarcable. Mi tío Vicente se había ofrecido a llevarme en su choche a la Biblioteca Regional, de la que ninguno de los dos sabíamos muy bien dónde estaba situada. La biblioteca de mi pueblo se me había quedado pequeña por entonces, cuando había empezado a leer a Charles Dickens y no conseguía encontrar más novelas suyas en Alcantarilla. Una amiga bibliotecaria me aconsejó que los buscase en la regional, y pedí a mi tío el favor de que me acompañase. En esa época creía que Murcia era una ciudad enorme. Como habíamos ido por la autovía, el itinerario hasta la Biblioteca Regional por la ciudad no lo descubrí hasta semanas después. Esa tarde quería hacerme el carnet de lector, y la primera vez que estuve dentro me pareció como esos grandes recintos para los libros que salen en las películas inglesas y norteamericanas. Luego mis percepciones se han corregido, y los espacios se ha revelado en su verdadera dimensión. Aunque la primera vez, ya digo, con mis ojos preñados de ingenuidad lo encontré todo más desmesurado y fascinante.

Hace unos días tuve que volver a hacerme el carnet, que había perdido con el resto de tarjetas y documentos cuando me dejé la billetera sobre el mostrador de una tienda y nunca más supe de todo eso. Para volver a tenerlo, sólo tuve que esperar un par de minutos. De forma casi instantánea imprimieron un carnet nuevo con mi nombre. Pero, para poder disfrutar de mi primera tarjeta de lector de la Biblioteca Regional, recuerdo que tuve que llevar dos fotos, rellenar un formulario y esperarme dos semanas.

Después, cuando comencé a ir para sacar los libros de Dickens que no tenían en las librerías ni en la biblioteca de mi pueblo, iba a Murcia en el autobús número 33, que a los pasajeros de Alcantarilla nos dejaba entonces en el jardín de Floridablanca. Desde allí a las estanterías de la Biblioteca Regional tardaba media hora andando para ir, y otra media hora para volver a coger el autobús. Ahora todo eso es distinto, empezando por que ya no leo tanto a Dickens y que en las librerías se puede encontrar casi cualquier cosa, el número de autobús es el 44 y hay tranvía con una parada en la Biblioteca Regional. Sin embargo, ese recuerdo de niño de la tarde en que fui con mi tío Vicente a pedir un carnet que tardaría días en tener es uno de los más entrañables que guardo de mi historia de lector.

Invenire

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