martes, 29 de enero de 2008

HORCHATA Y NARANJAS DE VALENCIA

Els miquelets de Valensia 2008 061 Como si fuera un cuento que cobrase vida, el tranvía nos condujo hasta la playa de la Malvarrosa en una espléndida mañana de domingo que parecía un paréntesis en el que la meteorología invernal se aliaba con los turistas para que disfrutasen de un fin de semana distinto, sin obligaciones de trabajo ni responsabilidades adultas. En el viaje a Valencia que hicieron algunos miembros de Pandag del viernes 11 hasta el día 13, en algunos momentos nos convertimos en menores de edad que escapaban de la parte más rigurosa de su existencia murciana. Aunque no siempre se puede escapar del todo, pues en nuestra cabeza arrastramos algunas sombras de las que no pudimos despegarnos. Por eso, del fin de semana valenciano tengo recuerdos dulces como la horchata de chufa y otros menos azucarados como la naranja.

Pienso que fueron dos días un poco desequilibrados. Cada uno de los que viajamos a Valencia tenía un motivo por el que no terminaba de ir del todo a gusto. Luego, una vez allí, esos motivos salieron a relucir en algunos instantes. Pero el sol mediterráneo de esta ciudad, el ánimo que siempre se crea por estar de viaje de placer, junto con las buenas experiencias de los paseos --bien a pie, bien en ciclo-carro--, el ascenso a la torre de la catedral (o Miquelet, nombre con el que se la conoce), la cena-show del sábado, el disfrute de una discoteca que ya querríamos para nuestra tierra en grave declive de zona ambiental, entre otras muchas pequeñas y divertidas escenas (esa tartana de ascensor en la pensión, las camas grimosas, la ruinosa instalación eléctrica, el hedor que salía del baño e inundaba la habitación...), hacen que el de Valencia se convirtiese ipso facto en uno de los mejores viajes emprendidos por el grupo.

El que no fue con una herida a flor de piel la llevaba en el corazón, o se encontraba tocado de algún órgano vital. La ciudad de Valencia fue un buen lenitivo, como un retiro a un sanatorio para todo ello (aunque no del todo perfecto). Confieso que, en lo que respecta a mí, tuve en ciertas ocasiones la sensación de perder el control del viaje --del que por otro lado no debíamos de apropiarnos ninguno--, a lo cual achaco algunos comportamientos radicales de los que ahora no estoy muy orgulloso. Espero que el hecho de que regresáramos en general contentos, cuando todavía desconocíamos la feliz sorpresa que nos aguardaba en el andén de la estación de Murcia, signifique para todos los que compartimos esos tres días que el viaje mereció la pena. Yo creo que sí, y la prueba la tengo en que, mientras escribo, no puedo evitar la sonrisa ni echar de menos aquella escapada. Como remedio, estoy seguro de que la próxima que hagamos compensará la espera hasta que llegue la hora.

Ah, Venecia...

Invenire

2 comentarios:

Pandag dijo...

Lo importante es quedarse con los buenos recuerdos y disfrutar de la vida. Las cosas malas no deben ser almacenadas en nuestra memoria.

Anónimo dijo...

Dos veces lo he leido y dos veces me he emocionado. Gracias.

Dardo.