lunes, 20 de octubre de 2008

Granada


Hay ciudades que cautivan, que te llegan a embriagar, Granada es una de esas.
Paseando por sus calles estrechas, se respira el aroma del ayer, del ayer que es el hoy y que será el mañana, porque Granada es de esas ciudades, por las que el tiempo no pasa, si no que se detiene, se detuvo en el medievo y sigue deteniéndose cada día, a cada paso que das descubre un rincón mágico, lleno de encanto, capaz de dejar sin aliento al mas fornido de los hombres, detenerse y saborear un té en una de las muchas teterias que hay por el casco antiguo paralelas a la famosa calle Elvira, es parada obligada, cada una tiene su encanto especial, pero si uno quiere sentirse como en otro mundo lo mejor es perderse por las calles del Albaicin y dejar que de pronto aparezca una teteria escondida con mas encanto aún que las masificadas de turistas. Granada es así, no dejara de sorprendente, desde la atenta vecina cotilla que ansiosa en su balcón espera al transeúnte con su maleta para indicarle como llegar a su hotel, al simpático profesor de ciencias e historia que voluntariamente frega el suelo de la capilla del monasterio de San Jerónimo, y que casualidades de la vida es caballero de la Vera Cruz de Caravaca, y es que si algo también es abundante en esta tierra es la amabilidad de su gente, lo mejor de un viaje así, es dejarse llevar y permitir que sea la ciudad la que te enseñe lo que esconde tras sus puertas, y como colofón lo mejor es ver un atardecer desde cualquier mirador de la ciudad, y ver como los últimos rallos de sol van pintando sobre la Alhambra un abanico de luces, que juegan al compás de un baile en el jardín de la Alhambra.

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