martes, 18 de marzo de 2008

UN VERDADERO PROFETA VIVIENTE DE LA DESTRUCCIÓN

Cormac McCarthy no escribió en No es país para viejos un libro complaciente, y los hermanos Joel y Ethan Coen tampoco han rodado una película para espectadores instalados en el conformismo. Libro y película son dos auténticas maravillas. Es verdad que el tema alrededor del que giran no es del gusto de muchos; me refiero a que no hay una mayoría de público que valore este desolador viaje hacia el mal, sus ramificaciones, sus estéticas y sus obras, como un acercamiento artístico espléndido a la dimensión más oscura y atemorizante del ser humano. Son más los que rechazan vislumbrar lo que hay de cruel y diabólico en el propio hombre.
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Lewelyn Moss (Joss Brolin) es un cowboy que encuentra de manera fortuita un botín por valor de dos millones de dólares de un intercambio fallido de droga por dinero entre narcotraficantes mejicanos.
Desde el momento en que se apodera de semejante cantidad, no dejará de huir en una carrera fatal hacia un destino irrevocable. Sus perseguidores no sólo serán los narcos mejicanos; un particular asesino, Anton Chigurh (Javier Bardem), no cesará de seguir sus pasos dejando atrás una espantosa estela de muerte y destrucción. Este "profeta viviente de la destrucción", cuyas atrocidades sin nombre arrollarán a todo aquel que se cruce en su camino, producirán un desesperado estado de inmensa impotencia y desprotección al sheriff Bell (Tommy Lee Jones). Para este personaje que se encuentra ya en una edad próxima a la vejez, enfrentarse al mal en estado puro que encarna Chigurh, que incumple todas las reglas y horizontes de lo que la conciencia humana puede asumir, supondrá el fulminante descubrimiento de que frente al ininteligible y metódico aniquilamiento, frete al mal, estamos solos, y en nadie podemos escudarnos.

Invenire

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