jueves, 20 de septiembre de 2007

DONDE (RE)NACEN LOS CAMINOS

Inagotable, activa, populosa, desmedida, sorprendente, arrolladora, cosmopolita, rápida, libre, despierta, temible, contradictoria, drástica, abierta, sincrónica... Etcétera. La ciudad de Madrid fue nuestra anfitriona durante cinco fugaces días de septiembre, desde el 12 al 16. Ahora que ya estamos de regreso, intento enumerar todos los adjetivos que esta gran metrópolis no del todo europea y no del todo española (más bien una particular simbiosis de ambas cosas) me afloraron en la experiencia de esas jornadas de viaje, y en los que me surgen en los días presentes de vuelta a la vida en Murcia. Son muchas las palabras de diferente significado las que tendría que reunir para hacer una descripción cercana a la certeza que fuera justa con Madrid. Igual que ocurre con la mayoría de vivencias, nuestra estancia en la capital de España desprendió luces y sombras. Por eso, los adjetivos que me vienen a la cabeza en estos momentos de escritura son tanto en positivo como en negativo.
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Tengo casi veintiséis años, y hasta este verano no he puesto los pies en Madrid. Nunca antes había andado por su Gran Vía, ni estado en el Museo del Prado, ni visitado el convento donde reposan los restos mortales del inmortal Miguel de Cervantes. Jamás pude imaginar que un lugar como el El Retiro brotase en el interior de una aglomeración urbana. De donde procedo, las librerías y la lectura quedan reducidas a una mínima expresión; en Madrid, sin embargo, la gente porta en sus manos libros y prensa, con la que acompañarse en los largos trayectos del transporte público o de las calles y avenidas principales.
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Tampoco conocía el grado de impersonalidad y ceguera a que se puede llegar con respecto a los otros, y que en una ciudad gigante se revela como una veste de la que la mayoría de la gente se recubre. La dinámica del tiempo no es la misma para el residente que para el turista. Para el primero, el apremio lo conduce incluso a correr por sobre los escalones de las escaleras mecánicas que llevan a la estación de metro, donde tomará uno que lo lleve bien a una correspondencia, bien al trabajo, bien a una tarea por hacer, bien a su casa.
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Por último, Madrid, junto con Aranjuez (hermoso municipio al que pudimos hacer una escapada de horas para ver su conjunto histórico y dar un paseo en barco por el Tajo, río que lo bordea), han sido lugares propicios para el amor. En un sencillo paseo por la Castellana, El Retiro o los Jardines del Príncipe se pudo manifestar la repentina y completa percepción de la felicidad. En momentos como aquellos uno comprende que ésta es un sentimiento mucho más sencillo de lo que imaginamos, y que no precisa de otros escenarios ni de otros elementos propiciatorios. Uno descubre que es feliz simplemente andando a la luz de la tarde que declina por un tranquilo jardín junto a su pareja querida, viendo su sonrisa y sabiendo lo especial que es encontrarse en un momento y un sitio así. ¿Qué más puede faltar? Nada más.

Invenire

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola cari, ya he leido tu artículo. Como tu dices,es muy bonito ir andando por el Paseo de la Castellana junto a tu pareja, es decir, tu y yo. A pesar de mis callos y mis dolores de piernas, tu querida pareja andaría contigo todo lo indispensable para que tu también me sacaras una sonrisa durante el camino que reflejara la misma felicidad que yo tengo hacia ti.
Siempre seras mi Cachuli.

CACHULI FOREVER.